domingo, 8 de mayo de 2016

COMO CUENTAS DE VIDRIO QUE CHOCAN

Mishima se toma un té.

¿A qué suena el español?

Nuestro idioma, ese amazonas que se nutre de grandes ríos, mil arroyos cristalinos y alguna que otra charca de agua estancada, suena bien. O por lo menos eso asegura la mayoría de los no hispanohablantes a los que se les pregunta.

Cierto que no hay un español, ni dos ni cien. Solamente en nuestra península una misma palabra se dice con cadencias, ritmos e ímpetu muy distintos según dónde señale la brújula, alargando eses, remarcando jotas, aspirando haches o comiéndose hasta lo más indigesto. 

Así que si no es suficiente con esa variedad peninsular, ahora añadamos archipiélagos, países y hasta continentes, viajemos en el espacio y añadamos también lo que queda de nuestro idioma en lugares remotos como Filipinas, Guinea o el Sahara, viajemos en el tiempo y unamos lo que queda de él en el sefardí o en el español de los moriscos, que es mucho, agitemos con brío todo esto y tendremos lo que tenemos: un gigante bueno y saludable a pesar de que a veces tiene fuertes ataques de tos, un gigante que camina entre los siglos como yo cruzo la acera, un gigante valiente, potente y con muchos brazos. 

Brazos que saludan en todas las direcciones, que abrazan cálidos y que tendrían la capacidad de estrangular al más pintado casi sin esfuerzo si ese gigante quisiera.

A algunos de los que no lo hablan el idioma les suena musical y suave y a otros áspero y guerrero, en la variedad está el gusto, y es verdad que a ambas cosas puede sonar: tenemos vocales abiertas y contundentes, haches aspiradas, jotas guturales y erres muy fuertes, un cóctel sabroso y peleón, qué le vamos a hacer. 

Es cierto que no es lo mismo escuchar el español de la Habana o el español de Albacete, y no me refiero a las palabras, a la riqueza y al significado de las mismas sino solo al sonido, a la diversidad de matices sonoros que se pueden captar en ese gran río que fluye cargado de mil aguas distintas a toda velocidad.

Si tengo que quedarme con la definición de alguien me quedo con la de Mishima, ese escritor extremo y exigente que se hizo el harakiri. Al japonés el español le sonaba a cuentas de vidrio que chocan. 

Fragilidad y fuerza, rotundidad y transparencia. Chispas que saltan cuando con él mismo juega el cristal.