Calle de Olhao. Foto de S. M. |
Ya tenía elegido el apellido para mi alter ego desde hace mucho: Cabrita.
Nada original, aunque lo parezca. Es un apellido relativamente frecuente en el Algarve portugués, junto a Guerreiro, Sousa y Oliveira.
El nombre, Ermelinda, aunque francés de origen, también lo encontré en el Algarve hace algo más de un año escrito en una lápida del viejo y coqueto cementerio de Cacelha Velha.
Así que os saluda desde estas páginas la senhora Cabrita, que también tiene el alma canina. Ermelinda Cabrita para los amigos y para servirles: esa también soy yo.
Mi alter ego portugués tiene mucho de mí misma, y mucho que no soy yo, empezando por mi renuncia a la españolísima eñe, esa severa letra nasal que se cubre del chaparrón hispánico con el paraguas de su virgulilla y que aquí tanto nos marca.
Ese lado absurdo y ligeramente triste que tantas veces me envuelve, queda en el heterónimo perfectamente arropado.
Allí, de ese lado, hablo más suave y por imitar a los portugueses intento reírme menos, aunque eso me cuesta horrores, y puede que al final me ría hasta más.
Mi alter ego de aquel lado comparte con mi ego de este el amor por el paisaje que nos une, por las altas araucarias, la ropa moviéndose en los cordeles y los almendros floridos.
Ambos amamos el Atlántico bravío y el azul impenitente del cielo, las mareas de la ría Formosa y los platos de pulpo bien aliñados. Ambos detestamos el ruido gratuito y la prepotencia.
Como senhora Cabrita me siento cómoda, me quito parte de la carga que conllevan mi nombre y mis apellidos verdaderos. Mas que por bello me gusta porque es elegido, por su punto entre cursi y loco.
Suena bien: la música siempre es importante.
Es un nombre con pequeños cuernos, con desconchones pero con el fulgor de la cal más blanca, añejo pero algo gamberro, absurdo aunque admito a mi pesar que demasiado formal. Con él me siento en casa y a la vez muy lejos.
Ermelinda Cabrita, ese es mi otro nombre: dulce como un fado y potente como un oporto branco bien frío.