domingo, 12 de abril de 2015

HAIKUS EN EL CORREDOR DE LA MUERTE.

Tengo unas ganas locas de viajar a Japón. Sé que tanto mi lado más curioso como el el más sensual quedarían colmados con la visita. Me he comprado una hucha que sé que difícilmente lograré llenar, pero habiendo renunciado por razones obvias a viajar al espacio, cosa que me encantaría, Japón es lo más parecido a la Luna o a Marte que puedo encontrar, así que eurito a eurito lo mismo en siglo XXII...

Sé de gente que habiendo logrado llegar hasta allí tras planearlo a conciencia, tras muchísimas horas de vuelo y el colosal desembolso económico que supone, solo se ha sorprendido con los helados de dos bolas de ajo y pepino, las sandías cúbicas, la leche con sabor a cerveza pilsen o las chicas vestidas de muñecas manga, que no digo yo que sea poco, pero por supuesto es quedarse en la superficie de un país tan complicado.

Prácticas y costumbres japonesas que nos resultan más o menos conocidas en occidente, como pueden ser los complejos por sencillos arreglos florales del ikebana, la ceremonia del té, las artes marciales o la práctica del sumo, nos muestran que allí todo se hace con alma; nada es gratuito, en casi todo hay una intención diríamos que sagrada, y si no sagrada, al menos alguna intención.

Un país donde se montan largas colas ante ciertas cafeterías donde además de un té se te ofrece la oportunidad de acariciar un gato, es un país cuanto menos interesante; pero Japón no es solo interesante, ni solo impactante desde un punto de vista estético, Japón tiene un alma profunda, extraña, chocante. Compleja, sí, pero hermosa. Y algunas veces cruel.

Conociéndolos solo un poco, es decir que sorpresa sorpresa no es, alucinas un rato si te enteras que se celebró en febrero un macro-funeral budista en Tokio por el alma de montones de perro-robots; no solo hay que estar muy loco para eso, que sí, también es una ceremonia que da muestra de lo profunda y complicada que puede ser el alma humana, y más si ese alma es japonesa, aunque no sea canina.

Sí, Japón es un país raro, de los de alucinar en colores, ya lo sabía, pero me ha hecho falta leer un libro tan desgarrador y tan bello como esta selección de poemas compuestos por condenados a muerte para flipar en todas las gamas del azul y del gris.

Las filólogas Elena Gallego y Seiko Ota, nos presentan en "Haikus en el corredor de la muerte" una antología de poemas escritos por presos, la mayoría de los cuales ya ha muerto en la horca o está aún pendientes de la revisión de su condena, que no sé qué es peor.

Este tipo tan sutil de escritura que se practica en las cárceles es parte de una costumbre más antigua y muy arraigada en la sociedad japonesa, la de componer un poema si estás disgustado, enfermo o triste, incluso si estás a punto de morir, como ocurre en este caso. Testamento vital por escrito, el adiestrarte en esta bella actividad poética a las puertas de la muerte, es vista por ellos, los japoneses, una actividad mucho más productiva que decir o hacer algo fuerte, o que entregarte a la desesperación; me gusta la idea de fondo, quizás yo también sea un poco marciana o tan poco rebelde como ellos.

Sin duda han dado con una fórmula bella de despedida y también estremecedora: plasmar tus últimos pensamientos y emociones en un poema excelso, sobrio y sencillo, de solo diecisiete sílabas. ¡Si la afilada hoja de la guadaña pende cuál espada de Damocles sobre tu cabeza, no grites ni golpees las paredes, escribe un haiku!

Ya escribieron poemas de despedida ancianos ilustrados, antiguos monjes budistas que intuían su fin cercano, los fieros samurais antes de hacerse el harakiri y algunos pilotos kamikazes antes de estrellarse como un viento divino contra el objetivo enemigo. Pero que también se escriban en el corredor de la muerte, me parece estremecedor. Sobre todo porque existe el corredor de la muerte y el final de ese pasillo es oscuro y tenebroso.

Hay que reconocer que estas palabras de despedida son fruto de una sociedad muy refinada, sí, pero también muy puñetera.

Los poemas más numerosos hablan de las madres y otros seres queridos o del pueblo natal, en la mayoría el condenado acepta su destino y soporta su merecida soledad, y en todos está incluido el kigo o palabra de estación, marca por excelencia de un buen haiku.

Si cuando llegue a Japón en el siglo XXII aún continúa la moda de las muchachas disfrazadas, espero que ya no exista allí la pena de muerte, para no llevarme encima el disgusto añadido de que casi ninguna de esas preciosas muñecas sabe que en su país se practica la pena capital, como tampoco sus abuelas que se disfrazaron de princesas manga allá por el sigo XXI lo sabían.


                                    "Solamente de ida
                                     huella dejó
                                     el camino escarchado"

                                              (Fuuten. Ejecutado a los 30 años.)