viernes, 18 de septiembre de 2015

LA PESTE BUCÓLICA

El campo olía mal. 

Quizás a causa de una nave avícola cercana, o de un bicho muerto o de una charca putrefacta. 

La casita rural que habían alquilado a las afueras del pueblo de su infancia se convirtió en una trampa para domingueros, un tú y tus ideas ¿no te dije que no me gusta el campo? 

Llevaban semanas planeando estos días pero en vez de estimulantes caminatas, de ventiladas lecturas, de amorosas conversaciones al calor de la chimenea, le tocó escuchar de viernes a domingo un rosario de reproches con voz nasal, soportar un resfriado impostado por las pinzas en la nariz, oler una insufrible peste. 

Qué mala suerte que en vez del aroma de la tierra después de las primeras lluvias hubiera este olor nauseabundo. 
Aunque no tan mala si la decisión, por fin, estaba ya tomada. 

Quizás en el fondo sí habían sido unas vacaciones bucólicas. Sobre todo porque eran las últimas.