Qué gusto da cuando la naturaleza irrumpe con su fuerza en un medio artificial y rompe los falsos equilibrios que el hombre ha impuesto. Qué gusto da cuando lo vivo, lo silvestre, se desmadra un poco y acaba dando un empujón al orden establecido, y sobre todo, a aquellos que más que ordenados, están muy establecidos, creen tenerlo todo atado y bien atado.
No se puede negar la belleza de un campo de golf, todo tan green, tan cuidadito, sus colinitas tan
suaves, sus hermosos lagos artificiales. No seré yo quien niegue esa hermosura,
y menos cuando en dicho campo, salpicados entre los hoyos, reinan por derecho
propio la majestad del pino mediterráneo, los olores de la jara y la lavanda,
la salobre cercanía del Atlántico más bravío, el del Estrecho.
En uno de los campos de golf más súper de la provincia de Cádiz, el de Sancti Petri, la naturaleza
ha dado un paso adelante y al atardecer de este suave otoño parece más una "sucursal"
de Doñana que un lugar de culto para uno de los deportes más pijos del globo,
con perdón.
Enormes bandadas de fochas de agua picotean por aquí y por allá,
una multitud de garcillas bueyeras ha
colonizado un par de vetustos pinos y la lían de lo lindo con su algarabía, cantan
las ranas en las charquillas, se oyen el turbador llamado del cárabo y el
graznido del cuervo, ¡y ahora también andan por ahí montones de ibis eremitas!
Me imagino que son grupos que se están estableciendo por su
cuenta y que parten de las primeras parejas que se reintrodujeron hace unos
diez años en los tajos rocosos de La Barca de Vejer, gracias a la labor conjunta del
zoo de Jerez y la Junta de Andalucía...y que también a estos se les ha ido
felizmente de las manos tantos ibis libres y prolíficos.
De eremitas les queda poco pues parece que disfrutan con la
cercanía de los humanos y no les hacen
ascos a nuestros inventos: estos se ponen
púos con los bichitos que se esconden bajo el manto del doméstico césped del
campo de golf, a falta de verdes praderas naturales.
Su aspecto es por lo menos chocante, con sus disparatados
penachos y esas "caretas" tan raras que acaban en un pico largo y
curvo, muy elegante: el disfraz más conseguido para la cercana fiesta de halloween a ellos les sale gratis.
Los antiguos egipcios los tenían entre sus animales
preferidos, seres benéficos que los libraban de bichos dañinos, plagas y puede
que guardianes de la fertilidad.
Thot, el dios de la sabiduría, la escritura y la música
tenía cabeza de ibis. Se conservan en Egipto millares de momias de ibis
evisceradas y tratadas con el mismo ritual funerario que el de los humanos. Podrían
ser ofrendas: parece que su larguísimo pico curvo les recordaba a la luna
creciente, y Thot es el dios lunar, el medidor del tiempo.
En esta alejada esquina del Mediterráneo aunque no los momifiquemos, tengámosles respeto. Sobre todo teniendo en cuenta que llevaban más de quinientos años
extinguidos de este lado del Estrecho y que ahora han regresado.
Yo por lo pronto, como el hábito de doña Inés del año pasado
me queda estrecho, este año en el día de los difuntos me disfrazo de ibis eremita.
Y para terminar de epatar al personal, le pondré girones de vendas colgando de las plumas: mi más sincero homenaje a este ave tan singular.
Y para terminar de epatar al personal, le pondré girones de vendas colgando de las plumas: mi más sincero homenaje a este ave tan singular.