Como va a ser cierto que Dios escribe derecho con renglones
torcidos, una de las pocas cosas buenas que me ha traído este gobierno del PP
es que por fin he cambiado de emisora, y eso que dicen que mover el dial de la
radio es más difícil que cambiar de marido.
Hastiada del ñoñerío y el giro "gaviotil" que estaba tomando
el asunto, yo que era oyente añeja de radio 1 me borré del tirón. Y era oyente
asidua de radio nacional no solo o más que por la programación, porque detesto la publicidad en la radio y ahí
no hay. Así que desde lo de Rajoy y adláteres, sin salirme del tiesto me salí
de lo lindo y he recuperado con ganas la
radio de mi juventud, radio 3, que en estos tiempos viene siendo casi una
militancia.
La recuerdo en esos primeros tiempos verdísimos y tiernos, cuando
yo también era muy tiernecita y radio 3 y yo viajábamos a lomos de una gran ola de libertad.
Entonces
tenía hasta sus propios boletines de noticias, que fue de lo primero que
recortaron en los primeros noventa: no se podía tolerar el giro tan independiente de esos noticieros y se empleó
a fondo la podadora.
Repleta de colaboradores ilustres, recuerdo con una sonrisa
esa vez que llamé por teléfono para hablar con Agustín García Calvo ni más ni menos, y este, en vivo y en
directo me preguntó no sé por qué si yo tenía envidia de pene. No sé cómo
escapé del trance: ahí mi abochornado subconsciente me ha hecho un favor, seguro.
Ahora poco a poco me pongo al día. A veces hay música disco
a horas inhóspitas, música para jugar con videoconsolas o demasiado ruido, y
entonces sencillamente viajo hasta mi remanso manso en radio clásica. Pero la
mayoría de las veces, reencuentro viejos amigos de fines de los ochenta o los noventa y conozco a un montón nuevos, todo un lujazo que amplío día a día.
Oigo las noticias en las emisoras de siempre y después, con
el corazón en un puño, regreso rápido a este punto del dial donde los elefantes y yo soñamos con la música.