La semana pasada de este mes de noviembre, además de los sinsabores y las pequeñas alegrías rutinarias, de los terribles momentos ligados a la sinrazón, al miedo colectivo y a la desvergüenza habitual de ciertos líderes, además de las guerras, las mujeres muertas a manos de sus parejas, de la intensa contaminación ambiental y la sospecha de la cicatería con que se va a tratar el cambio climático en la conferencia mundial de París, además de todas las cosas difíciles de ver, de oír, de sentir que trajo esta intensa semana, también me vino con el regalo de dos bellas palabras que desconocía: serendipia y hauciar.
De la segunda de sobra últimamente hablamos y los menos afortunados viven su antagónica, deshauciar, que no necesita adjetivos ni explicación; pero su contraria, hauciar, va más allá de la privación material, es como la imagen de un cisne reflejada en el espejo donde se mira un pato tuerto y sin plumas, pues este verbo por desgracia en desuso significa crear esperanza. ¡En desuso! Qué torpes somos ¡como si precisamente hoy crear cualquier clase de esperanza fuera algo superado, inútil!
Si bella es hauciar no se le queda atrás serendipia, que habla de un encuentro afortunado, inesperado, hermoso, cuando en principio estabas buscando otra cosa: un dulce error.
Así que a pesar de los muchos pesares, solo por el feliz encuentro con estas palabras, esta de mitad de noviembre ha sido también una semana cargada de fortuna, como si el papelito que guardaba dentro la galleta china que quizás comí, trajera pintado el ideograma de esperanza.
lunes, 23 de noviembre de 2015
martes, 17 de noviembre de 2015
SU MARSELLESA
Algunas, muchas veces me dan envidia nuestros vecinos los franceses. Y este sábado, con el dolor y el estupor, también florecieron mi envidia y mi emoción al oírles cantar su himno de modo espontáneo a la salida del fútbol, cuando ya estaban al tanto del horror aún humeante.
La marsellesa, ese himno que tiene compases sublimes dignos de cualquier ópera de Verdi, tiene también y sobre todo en la letra que no se canta, ratillos turbios, racistas o algo violentos, pero no deja de ser grandiosa cuando siempre mejor a coro que en solitario, le canta a la "libertad amada", se pide el perdón para esas "víctimas tristes que a su pesar se arman contra nosotros"o cuando sencillamente se pregunta"¿qué pretende esa horda de esclavos?", palabras hermosas, definitivas y clarividentes que también y sobre todo sirven para el momento actual.
Aquí, en nuestra innombrable España, no triunfó ni siquiera la letra que Pemán escribió para la Marcha Real, a pesar de que era patriótica hasta el tuétano y de que antes de que se pusiera a hablar de yunques y ruedas, muestra estampas nobles y bonitas como ese "seguir sobre el azul del mar el caminar del sol", una más de esas bellas y emotivas imágenes que los fachas manejaban bien y que en las letras de Montañas Nevadas o el Cara al sol, alcanzaron su brillantísimo cenit.
Si no triunfó la de Pemán, qué decir de la letra que ya en democracia escribieron Juaristi y De Cuenca por encargo, letras que por supuesto ya no recuerdan ni ellos, y aún menos una versión de la que no queda rastro con la que se atrevió el mismísimo Sabina.
Lo más parecido a la letra de nuesto himno, es una letrilla que vociferaban mis sobrinos de pequeños y con la que yo me moría de la risa, esa que dice aquello de "Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer se lo lava con Ariel", tonta pero irreverente y con la que no se habrían atrevido Fofó y Miliki, allá en mi lejana infancia.
No quiero decir yo con esto que nos haga falta letra para un himno ¿eh?, y aún menos en este momento en el que nuestra piel de toro parece que se apurgara un poco por el noreste, pero es cierto que a ratos, por lo menos, consolaría.
La marsellesa, ese himno que tiene compases sublimes dignos de cualquier ópera de Verdi, tiene también y sobre todo en la letra que no se canta, ratillos turbios, racistas o algo violentos, pero no deja de ser grandiosa cuando siempre mejor a coro que en solitario, le canta a la "libertad amada", se pide el perdón para esas "víctimas tristes que a su pesar se arman contra nosotros"o cuando sencillamente se pregunta"¿qué pretende esa horda de esclavos?", palabras hermosas, definitivas y clarividentes que también y sobre todo sirven para el momento actual.
Aquí, en nuestra innombrable España, no triunfó ni siquiera la letra que Pemán escribió para la Marcha Real, a pesar de que era patriótica hasta el tuétano y de que antes de que se pusiera a hablar de yunques y ruedas, muestra estampas nobles y bonitas como ese "seguir sobre el azul del mar el caminar del sol", una más de esas bellas y emotivas imágenes que los fachas manejaban bien y que en las letras de Montañas Nevadas o el Cara al sol, alcanzaron su brillantísimo cenit.
Si no triunfó la de Pemán, qué decir de la letra que ya en democracia escribieron Juaristi y De Cuenca por encargo, letras que por supuesto ya no recuerdan ni ellos, y aún menos una versión de la que no queda rastro con la que se atrevió el mismísimo Sabina.
Lo más parecido a la letra de nuesto himno, es una letrilla que vociferaban mis sobrinos de pequeños y con la que yo me moría de la risa, esa que dice aquello de "Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer se lo lava con Ariel", tonta pero irreverente y con la que no se habrían atrevido Fofó y Miliki, allá en mi lejana infancia.
No quiero decir yo con esto que nos haga falta letra para un himno ¿eh?, y aún menos en este momento en el que nuestra piel de toro parece que se apurgara un poco por el noreste, pero es cierto que a ratos, por lo menos, consolaría.
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