Mishima se toma un té. |
¿A qué suena el español?
Nuestro idioma, ese amazonas que se nutre de grandes ríos, mil arroyos cristalinos y alguna que otra charca de agua estancada, suena bien. O por lo menos eso asegura la mayoría de los no hispanohablantes a los que se les pregunta.
Cierto que no hay un español, ni dos ni cien. Solamente en nuestra península una misma palabra se dice con cadencias, ritmos e ímpetu muy distintos según dónde señale la brújula, alargando eses, remarcando jotas, aspirando haches o comiéndose hasta lo más indigesto.
Así que si no es suficiente con esa variedad peninsular, ahora añadamos archipiélagos, países y hasta continentes, viajemos en el espacio y añadamos también lo que queda de nuestro idioma en lugares remotos como Filipinas, Guinea o el Sahara, viajemos en el tiempo y unamos lo que queda de él en el sefardí o en el español de los moriscos, que es mucho, agitemos con brío todo esto y tendremos lo que tenemos: un gigante bueno y saludable a pesar de que a veces tiene fuertes ataques de tos, un gigante que camina entre los siglos como yo cruzo la acera, un gigante valiente, potente y con muchos brazos.
Brazos que saludan en todas las direcciones, que abrazan cálidos y que tendrían la capacidad de estrangular al más pintado casi sin esfuerzo si ese gigante quisiera.
A algunos de los que no lo hablan el idioma les suena musical y suave y a otros áspero y guerrero, en la variedad está el gusto, y es verdad que a ambas cosas puede sonar: tenemos vocales abiertas y contundentes, haches aspiradas, jotas guturales y erres muy fuertes, un cóctel sabroso y peleón, qué le vamos a hacer.
Es cierto que no es lo mismo escuchar el español de la Habana o el español de Albacete, y no me refiero a las palabras, a la riqueza y al significado de las mismas sino solo al sonido, a la diversidad de matices sonoros que se pueden captar en ese gran río que fluye cargado de mil aguas distintas a toda velocidad.
Si tengo que quedarme con la definición de alguien me quedo con la de Mishima, ese escritor extremo y exigente que se hizo el harakiri. Al japonés el español le sonaba a cuentas de vidrio que chocan.
Fragilidad y fuerza, rotundidad y transparencia. Chispas que saltan cuando con él mismo juega el cristal.
Me encanta pensar que suena así, como cuentas de vidrio. No conozco a ese escritor excesivo, a ver si lo encuentro
ResponderEliminarMe encanta pensar que suena así, como cuentas de vidrio. No conozco a ese escritor excesivo, a ver si lo encuentro
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