Tarde de invierno en Tavira. Desde el barco. Foto de S. M. |
Dejo descansando en la mesita de noche de la 106, “Residencial Marés”, el libro de Antonio Lobo Antunes “El orden natural de las cosas”. Me peino en la medida de lo posible, cojo el pañuelo para aplacar el desmán del viento en mi cabeza y tomamos rumbo a la isla. Atrás queda un hermoso cielo cargado de chaparrones y arco iris.
Buscando el orden natural de las
cosas, no encontramos mejor sitio para aparcar
el coche que junto al restaurante “Portas do mar”. Nos dirigimos al muelle donde
atraca el Oslo, el pequeño barco que nos va a llevar a la isla de Tavira arropados por la corta y poderosa luz de esta tarde de
diciembre. El pantalán huele a infancia. El mar no es ese ente brutal que en mi
libro nunca se ve pero siempre se oye golpeando
los húmedos muros de la prisión de Tavira. No hay hipnotizadores levitando, ni veo las bocas de las profundas minas de
Johannesburgo, ni cocoteros meciéndose en las playas de Mozambique entre los
que Lobo Antunes rebusca un orden confuso para la realidad de sus otros yo. Aquí
hay otra realidad. Y me gusta.
El noray suelta preciosas
esquirlas de óxido y yo mojo mis dedos para recogerlas en el frio charco rojo
en el que se refleja. Bajando los
escalones, encuentro viejos mejillones que se arraciman para darse calor en las
oscuras entrañas del muelle. El arco
iris ha reducido tamaño pero ha aumentado su intensidad: es el escalón mágico
que te sumerge entre las nubes oscuras para encontrar las monedas de oro del
cuento. El barco se suelta de la amarra
justo en el momento en el que todos los mensajes ocultos se descifran. Este
viaje que sigue el vuelo rasante del cormorán es el recreo perfecto: ¡por fin
ganan los buenos!
Al llegar a la solitaria isla de
Tavira y aprovechando la buena racha, recojo
los abundantes tesoros que ella se empeña en
regalarme, en regalarnos: la cortina de una lluvia finita, las huellas de los correlimos en la arena, la
alta caña que pasa a ser el bastón de mando campero del patriarca, el asa de
una tinaja -o hasta ánfora- filigranada de incrustaciones de vieja vida marina.
Pero entonces él propone un reto,
una pregunta, por la que vuelve a asomar
una rendija de mi inseguridad: ¿en qué lado de la isla te quedarías a vivir?
Pues es evidente que la alargada isla tiene dos lados bien distintos, dos caras
opuestas, dos maneras de ordenar la realidad.
El lado sur se abre al mar sin
medida, al océano de olas desordenadas y
al abismo atlántico. La aventura y lo
salvaje. El lado norte da a la ría tranquila, al faro y la tierra bien firme y
hermosa del Algarve. Lo predecible y cómodo. ¡Ay! vamos a ver ahora qué hago,
qué decido, dónde planto mi hipotética casa sin hipotecar, pues es verdad que
ambos lados me seducen.
En esta diatriba me encuentro
cuando pasa un pesquero renqueante en el que ondea la bandera de Portugal, y me
da la clave. También esta bandera se parte entre el verde doméstico de la
tierra labrada y el rojo del peligro, del oleaje desatado y poderoso, del mar
sin puertas. Y los portugueses,
pillines, han plantado en el centro,
entre ambos colores y uniéndolos, su escudo. Esa esfera de aires manuelinos que
hace referencia a la vocación marítima del país.
¡Ahí plantaré mis reales, como el escudo, entre el rojo y el verde!
Claro que sé, no hace falta que me lo digas, que ese sitio es la atalaya de los indecisos.
Y de los cobardes. Pero también es
cierto que las promesas se encuentran a los dos lados y que no fue Sancho, sino
el mismísimo Quijote el que dijo más o menos aquello de que entre
los extremos de la cobardía y lo temerario, se halla la hidalguía.
Regresamos casi al anochecer de
la isla de Tavira y encontramos la ciudad mojada y adormecida. Los adoquines
del Puente Romano brillan por la lluvia y aún nos queda otro largo paseo por
sus largas calles hasta que regresemos al hotel y nos bebamos
un oporto blanco sobre la colcha azul para redondear el recreo de esta
tarde de diciembre. En la mesita de noche sigue descansando, tal como lo
dejé, el libro de Lobo Antunes.
Espero que como buen psiquiatra, Lobo sepa perdonar esta esquizofrenia mía
por otro lado tan vulgar.
Cojo “El orden natural de las cosas” y me pongo a leer.
Cojo “El orden natural de las cosas” y me pongo a leer.
Otra visión de las dos caras de la isla en el magnífico blog "Las ojeras del lobo".
ResponderEliminar