viernes, 28 de diciembre de 2012

LOS PERROS DE LA INDIA


Eterno subido en su moto. Foto de S.M.
 Voy a hablaros un poco de los perros de la India porque mi alma canina quiere. Y porque creo que ellos, los valientes, los indiferentes, los últimos de entre los últimos, lo merecen.

 En mi cuaderno de viaje "Viaje  exprés a la India. De Sevilla a Benarés" he mencionado a los que en los parques se plantan a tres metros de los comensales y esperan hieráticos, durante horas, a que les tiren las sobras de la comida, algún huesecillo o el borde frío de una empanadilla picante con el que ellos harían más maravillas que Ferrán Adriá. A los que pasaron olímpicamente de comer mi exquisito naan, esos que me miraron con una pizca de desprecio cuando les ofrecí el pan indio que también rechazó una enorme vaca sagrada y que acabó comiendo un niño mendigo. Al que dormitaba a la sombra del do, el ficus de la Iluminación, cuando buscamos a Buda entre las ruinas de Sarnath. He hablado del cachorro suicida y valiente que dormitaba en un cruce atestado de tráfico y del  perrito que dormía plácidamente sobre la piedra con inscripciones en sánscrito, cuando vi el Ganges por primera vez, justo antes de que empezara a llorar dentro de mi propio sueño.  De mi paciente amigo y sus colegas, que a estas horas aún seguirán mirando entre hipnotizados y esperanzados los sabrosos muslos de "pollo a la polución" en el tenderete que había junto al hotel. Conté cómo los vimos enamorados en la ceremonia del río sagrado, el aarti, hasta que el brahmán disolvió a patadas tanto exceso amoroso. Los he metido en mi cuento borgiano, y no tengo palabras para agradecerles suficientemente los créditos que aportaron cuando fui a Benarés a empadronar mi alma.

 Casi todos los perros indios parecen hermanos, o a lo más, primos. Solo se aprecian un par de razas, y los colores, tan majestuosos y variados en otros aspectos de la vida india, son muy parcos en ellos. No los necesitan. Apenas si los hay con manchas o lunares, casi todos son blanquecinos, ocres o negros, todos están muy sucios y a la mayoría les falta un trozo de oreja. Están tatuados de cicatrices, cuando no de heridas vivas. Son peleones aunque camaradas, pasotas y asustadizos, acostumbrados a los palos, listos a rabiar.

 A veces son ellos los que lideran los cruces de peatones cuando el tráfico está más duro. Siempre buscan el montón de basura más mullida o el saco mejor plegado sobre un carro cuando se van a dormir. Las distancias se nos hacían eternas parandónos para observarlos,  tocarlos, incluso para hablar con ellos, con las decenas, centenas, millares de perros con los que nos encontramos en las calles de la India.


 Nunca pasan hambre porque están hechos de hambre.


 Husmean sin pudor entre las maderas de los crematorios, caminan leguas a la sombra de los templos y estoy casi segura de que alguno sabe tocar los crótalos.
 A ese que sale en la foto cruzado de brazos, luciendo su mejor perfil, le falta el ojo del otro lado. El que posa bajo el cartel de “Siddartha”, es profesor de yoga. El negro que descansa sobre la moto marca “Eterno”, es en realidad eterno. Todos lo son, son el mismo perro siempre repetido, el perro que no muere nunca porque ya nació un poco muerto, libre de futuras reencarnaciones. Bendecido y libre.

 Están en todos los mausoleos ocupando las sombras más frescas, descansan entre las ruinas de los templos budistas de Sarnath, suben y bajan las escaleras de los gath sin descanso. Duermen custodiando los lingam de Shiva en la trimilenaria Benarés o entre las ruedas rotas de un carro en la Vieja Delhi más vieja. Hay decenas, cientos, miles. Sus ojos oscuros son espejos en los que se refleja tu alma, su hocico siempre hambriento es la misma boca por la que tú hablas y chillas y ríes, no lo olvides.
Los cachorros maman de pie, no tienen tiempo que perder ¡todavía hay tanto que jugar hasta que  llegue la noche oscura!
Los indios, errados, consideran a los perros lo último de lo último, los intocables de entre los animales. ¡Menudo despiste da masticar tantas hojas de betel!

 Mientras escribo esto aquí en Sevilla, las vacas sagradas no han conseguido salir del laberinto, el lobo gris sigue aullando allá a lo lejos, la araña urdiendo su tela sin descanso. Solo los perros están relajados, escarbando en la basura, lamiéndose las heridas los unos a los otros. Contemplando con los ojos medio guiñados la puesta de sol tras el río, el agua sagrada que siempre va y va.

Jugando en la orillita del Ganges. Foto de S.M.

2 comentarios:

  1. Felicitaciones x tu descripcion de la vida,triste vida canina de las calles indias..
    He visitado varias veces la india y en todas esas visitas siempre me ha dolido profundamente como viven esos animales y junto con muchas otras imagenes dolorosas he vuelto a barcelona..pero n mi ultimo viaje,en las andaman, alimente a un cachorrillo q andaba solo y m llami la atencion lo vivaracho y su energia..el caso es q a los dos dias, buscandolo antes de partir, m lo encontre en una caja( un vendedor de cocos lo habia colocado alli) con dos heridas enormes llenas de moscas..por lo visto lo habian atropellado.Lo cogimos,lo llevamos en ferry a otra isla,veterinario,volamos con el a chennai y pese a nuestros intentos fallidos xa q alguien lo adoptara, pocas horad antes de coger el vuelo de vuelta a bcn encontramos una clinica donde pactamos en q lo curarian y le podrian las vacunas xa traernoslo a españa.Fueron muchos tramites , dos viajes a india y mucho dinero pero mientras escribo esta durmiendo placidamente a mi lado y eso para mi no tiene precio. Ha contactado gente conmigo para preguntarme por los tramites,demasiado arduos pese a tener muy buenas intenciones..es una lastima.. Si quieres cintactar conmigo, mi mail: www.lidialerin@hotmail.com

    ResponderEliminar
  2. Me hiciste llorar con tu descripción tan triste y real... qué manera de tocar el corazón y de sentir la culpa por el actuar de "los humanos" inhumanos que somos...
    Los he visto por mis calles y quisiera abrigarlos a todos... ¿imposible!

    ResponderEliminar