sábado, 11 de enero de 2014

CON PERMISO DE EL ZURDO


El Zurdo (cantante de La Mode) con su pájaro, a la conquista de Avalon

Es él. No hay duda. Hace más de treinta años, treinta y dos si me pongo impertinente, solo pasamos unas horas juntos y aún tengo grabado cada detalle de su cara. El desafío burlón de su larga nariz, la seriedad imposible de su mirada, el perfil roto que marca la pequeña cicatriz en su labio superior. Sí, ahí está la cicatriz. El desvaído recuerdo de lo que fue su flequillo, su largo flequillo a lo Brian Ferry, el que me enganchó y tiró de mí, ahora domesticado por un corte algo clásico y algunas canas como pintadas con cal azul.

Lleva el carro a tope: cereales a porrillo, yogures por docenas, dos cajas de leche entera (¡qué horror!), pasta de ricitos por un tubo y varias barras de pan de molde. Familia numerosa por lo menos. Alguna cervecilla suelta, menos mal, y dos botellas de tinto que parece bueno.


Mírate, mírame. Ahora la fiesta se ha acabado de verdad, chaval, hace mucho que se acabó. El destino ha sido el aburrido y semilimpio extrarradio de esta ciudad que detesto y tú ni siquiera has vuelto la cara en la cola del híper porque no me has reconocido, no me recuerdas, posiblemente has mandado las brumas de Avalon a la mierda y ya no queda nada del asiento  trasero de aquel coche, de aquella noche, de aquellas estrellas.


 Depositas con cuidado las cosas en la cinta, tanteas el bolsillo trasero del pantalón, sacas la cartera para pagar. Tus manos. Ahora recuerdo tus largos dedos blancos, tuve tiempo en ese rato eterno para retener la exacta forma de tus uñas mordidas y el brillo de ese anillo que por supuesto, ahora consideraríamos de muy mal gusto.


No hubo presentación, no hubo despedida. Nos encontramos por casualidad en el sucio baño de caballeros de aquel garito que cerraron poco después y no nos volvimos a ver más hasta hoy. No sé cómo te llamas, nunca lo supe. No nos interesó nada, nada de afuera, nada de nosotros mismos. Todo lo importante cabía en el estrecho espacio que flotaba entre tu lengua y la mía, al ritmo de aquella canción de Roxy.


Ahora metes todo en las bolsas y te vas otra vez para siempre. Y yo sigo aquí, bailando en ninguna parte, viéndote marchar mientras saco mis cuatro cosas de la cesta y pregunto a la cajera  si aún sigue la oferta de champú.
























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