No te cansas de mirar su perfil posado sobre el tocón
del tronco: el naranja oscuro en las
plumas de su pecho, el turquesa tornasolado de su recio cuerpo que parpadea con
la luz de la tarde, el brillo redondo de sus ojos que hace reír a tu nieta
cuando te visita los sábados y lo busca en el árbol, nerviosa, como quien
busca las cosquillas, solo para reír. No te cansas de mirar las dos lágrimas
oscuras, azules, elegantes, que cuelgan de su cola y se balancean como el péndulo
de un reloj que mide el pulso de la vida, de tu vida aquí en este rincón
perdido del mundo, este lugar que no es el tu perdición pero que tampoco es el de tu redención porque ya venías redimida. Solo el sitio exacto.
Has esperado a jubilarte para regresar y empezar a tus sesenta
y muchos una nueva versión de ti misma casi
desde cero, vida que estrenas cada mañana muy temprano al asomarte por alguna
de las muchas ventanas de tu cúbica casa y oler el verde del campo ya amanecido,
las gotas de lluvia que penden de la rama, las nubes oscuras que acunan el chaparrón en
esta tierra montañosa de Colombia. Te fuiste hace mucho del Medellín
ennegrecido por la violencia y el asco y a él regresas ahora, cuando ya pasó la
tormenta y salieron algunos de los siete colores del arco iris. De la bronca perpetua "bien berraca" y la demencia de Escobar has viajado hasta esta nueva Antioquia,
la más educada, la de las bibliotecas y la loca mesura de Fajardo. Y el viaje
ha merecido la pena.
El Retiro. Elegiste para tu indomable clausura este pueblo
montañoso de nombre perfecto y algo
alejado de la gran ciudad, y ahí, en sus afueras, casi en el monte, han
plantado ese curioso cubo rojo que es tu casa, como un dado gigante que ha
caído del cielo del lado de la buena suerte en las mismísimas estribaciones de los Andes. Gozas ese clima en el que explotan las cuatro estaciones cada jornada, y en
el que es verano los escasos días despejados, y cálido invierno el resto. Bajo
tus pies el mar descansa a dos kilómetros y medio, pero tu fino oído a veces
oye el severo oleaje del Pacífico, como
oye el pitagórico runrún de las estrellas en las noches simétricas de los días, tras las nubes.
Jugándote el todo por el todo, dos mansísimos labradores
negros con nombres de personajes de cuento de hadas son tus ángeles guardianes: solo tienen trabajo cuando ladran a
algún animal escondido en la maleza o al cielo, al fanal de la
luna llena a la que aún no se han acostumbrado. ¿No tienes miedo nunca,
allí, tan lejos, tan apartada, en esa Colombia que aquí nos suena algo salvaje?
te pregunto y tú me tranquilizas sonriendo y me dices que la zona es apacible, que en el pueblo te aprecian y "lo que tenga que pasar, pasará. Yo intento hacer mi parte lo mejor que se, y
hasta ahora la vida me trata bien". No tienes miedo de vivir sola porque no
tienes miedo de vivir.
De seis a seis, aprovechas al máximo las doce horas de luz y
no te aburres nunca. Paseas con los perros monte arriba, monte abajo, escuchas
en la radio qué pasa en este lado eclipsado del mundo, cocinas y preparas el
fiestón de cada sábado, cuando vienen tus hijos y tu linda nieta a visitarte,
cuidas de tu huerta. Aunque eso es un decir: de tu huerta cuidan mil insectos
que nacen y mueren, pero sobre todo se reproducen en este suelo exuberante y sin toxinas. Contribuyes con lo mejor que da tu tierra patria a la
realidad y a la magia, y cuando consigues rescatar un pequeño calabacín o
salvar un pimiento de tu vergel, con él entran en tu casa mil mariposas
amarillas y naranjas que revolotean ante
tu nariz y te manchan las gafas de polvo
de oro.
A la caída de la tarde sales al camino de tierra a comprobar
si han vuelto a florecer en el enorme
guayacán sin hojas sus flores de intenso amarillo y cientos de luciérnagas
que allí llamáis cocuyos te
acompañan e iluminan el sendero; para
que no te pierdas, para que Jansel y Gretel sigan el rumbo cálido que
te lleva a tu casa en El Retiro, y
mañana, otra vez, puedas disfrutar desde el principio del plumaje de tu
soledad.
La casa en El Retiro. Colombia. |
Maravilloso María, me he emocionado pensando en Carmen y su vida allí a través de tu poética descripción. No te has dejado nada atrás de todo lo que hablamos y compartimos con ella el sábado en casa de Inma, ese sábado divertido, tan emocionante con Carmen allí presente a través del ordenador, lleno de afecto, de ternura, de escucha...de comida y bebida!!! Intensas sí, como tú dices María, somos muy intensas, no podemos ser de otra manera y que nos dure por mucho tiempo.
ResponderEliminarGracias por este regalo literario lleno de poesía, de afecto, de ternura, de sensibilidad y sabiduría.
Gracias por tu dedicación a todas nosotras.
Un abrazo intenso
Ana
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ResponderEliminarPoniéndome cumplida como una portuguesa, cosa que en el fondo nos encanta a ambas, gracias por tu comentario.
Eliminar¡Precioso! ¡Gracias!
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