sábado, 8 de septiembre de 2012

AQUAGYM



 Para que nos entendamos: esto que me está pasando  los lunes, miércoles y viernes de once menos cuarto a once y media en este mes de julio está siendo algo así como la versión algo cutre de un sueño californiano.

Agua  turquesa insultante. Césped  verde arrebatador. Cielo celeste doloroso. Y un montón de mujeres  entre las que me encuentro, en la piscina del club, dando escasos saltitos de jogging acuático, braceando hasta formar un torpe tsunami, peleando con el churro cilíndrico lo justo para no ahogarnos a ritmo de reggaetón.


Unooo, dooss, treess, y cuatrooo y cincooo y seis y siete y vuelta al uno, y vuelta al siete, y ahora con el otro brazo, y la otra pierna, y el ombligo (que más de una nunca se encuentra) al centro, y abriendo el pecho y arrastrando el agua y golpe de boxeo al maxilar del contrario y meneillo brasileño. Y la monitora dale que te pego  sin tregua mientras alguna que otra de mis compañeras se empeña en marearme,  a mi que ya de por mí estoy confusa, parloteando a todo volumen de sus nietos o de la casa de la playa, demasiado perfumada para tan temprana hora y tan aeróbica actividad.

¿Qué hago yo aquí, entre ellas, braceando y tragando agua como una más? ¿Qué pasa por mi cabeza cuando hacemos el cruzaito  chikilicuatre a la vez que un tipo bronco recita fuerte en el radiocedé aquello de Morena, no te hagas la loca, y déjame  tu boca bessarrr, arropado por una percusión imposible de metabolizar? Busco un animal o animala con el que identificarme, ya sea real o mitológico, tanto da. De sirena mejor ni hablamos. No llego ni a la punta de su cola. Mucho  menos una dragona  verde  y tetrabióica: cómoda en el agua, poderosa en la  tierra, feliz en el aire, en su salsa arrojando afuera el fuego de su cuerpo. No, tampoco una dragona, qué más quisiera yo. Ni siquiera un cetáceo  pequeñito, un risueño delfín de esos que siguen, jugando, la estela de los barcos.


Cardumen revoltoso.

 A ver, a ver…a veces me asemejo a una tortuga, bella pero con  la espalda algo cargada que estira el cuello unos centímetros abriendo los dedos sin pretensión de atacar. A veces soy un calamar gigante corto de talla, ondulante, moviendo sus piececillos con cierta gracia. A veces solo una sardina de plata despistada de su cardumen  minutos antes de ser pescada, y espetada. Otras soy una divorciada, exfumadora y bien teñida, de esas que se bañan con anillos y turbante.

Así, debatiéndome con la identificación animalística y batiéndome con el agua, paso algunas mañanas de este mes de julio, rodeada de mis compañeras, en esta versión algo cutre de un sueño californiano.

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