Para que nos entendamos: esto que me está pasando los lunes, miércoles y viernes de once menos
cuarto a once y media en este mes de julio está siendo algo así como la versión
algo cutre de un sueño californiano.
Agua turquesa insultante. Césped verde arrebatador. Cielo celeste doloroso. Y un montón de mujeres entre las que me encuentro, en la piscina del club, dando escasos saltitos de jogging acuático, braceando hasta formar un torpe tsunami, peleando con el churro cilíndrico lo justo para no ahogarnos a ritmo de reggaetón.
Agua turquesa insultante. Césped verde arrebatador. Cielo celeste doloroso. Y un montón de mujeres entre las que me encuentro, en la piscina del club, dando escasos saltitos de jogging acuático, braceando hasta formar un torpe tsunami, peleando con el churro cilíndrico lo justo para no ahogarnos a ritmo de reggaetón.
Unooo, dooss, treess,
y cuatrooo y cincooo y seis y siete y vuelta al uno, y vuelta al siete, y ahora
con el otro brazo, y la otra pierna, y el ombligo (que más de una nunca se
encuentra) al centro, y abriendo el pecho y arrastrando el agua y golpe de
boxeo al maxilar del contrario y meneillo brasileño. Y la monitora dale que te pego sin tregua mientras alguna que otra de mis
compañeras se empeña en marearme, a mi
que ya de por mí estoy confusa, parloteando a todo volumen de sus nietos o de
la casa de la playa, demasiado perfumada para tan temprana hora y tan aeróbica
actividad.
¿Qué hago yo aquí, entre ellas, braceando y tragando agua como una más? ¿Qué pasa por mi cabeza cuando hacemos el cruzaito chikilicuatre a la vez que un tipo bronco recita fuerte en el radiocedé aquello de Morena, no te hagas la loca, y déjame tu boca bessarrr, arropado por una percusión imposible de metabolizar? Busco un animal o animala con el que identificarme, ya sea real o mitológico, tanto da. De sirena mejor ni hablamos. No llego ni a la punta de su cola. Mucho menos una dragona verde y tetrabióica: cómoda en el agua, poderosa en la tierra, feliz en el aire, en su salsa arrojando afuera el fuego de su cuerpo. No, tampoco una dragona, qué más quisiera yo. Ni siquiera un cetáceo pequeñito, un risueño delfín de esos que siguen, jugando, la estela de los barcos.
¿Qué hago yo aquí, entre ellas, braceando y tragando agua como una más? ¿Qué pasa por mi cabeza cuando hacemos el cruzaito chikilicuatre a la vez que un tipo bronco recita fuerte en el radiocedé aquello de Morena, no te hagas la loca, y déjame tu boca bessarrr, arropado por una percusión imposible de metabolizar? Busco un animal o animala con el que identificarme, ya sea real o mitológico, tanto da. De sirena mejor ni hablamos. No llego ni a la punta de su cola. Mucho menos una dragona verde y tetrabióica: cómoda en el agua, poderosa en la tierra, feliz en el aire, en su salsa arrojando afuera el fuego de su cuerpo. No, tampoco una dragona, qué más quisiera yo. Ni siquiera un cetáceo pequeñito, un risueño delfín de esos que siguen, jugando, la estela de los barcos.
Cardumen revoltoso. |
Así, debatiéndome con la identificación animalística y batiéndome con el agua, paso algunas mañanas de este mes de julio, rodeada de mis compañeras, en esta versión algo cutre de un sueño californiano.
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