lunes, 9 de diciembre de 2013

ERAS Y TÁNATOS


Una funeraria. La  puerta.
Los humanos, para organizarnos, somos muy de dividir el tiempo en eras.

Los chinos, supongo, habrán puesto el hito en Confucio o/y en Mao y a partir de ahí han hecho sus cómputos temporales; o puede que hayan seguido un criterio más poético, como el momento en el que floreció el primer ciruelo, no lo sé.

Los esquimales quizás, han hecho el corte en el momento en el cual no han podido negar la evidencia de que sus hielos se funden, y de que sumergidas en esas aguas gélidas, naufragan las más de cien palabras que tienen para definir el blanco de la nieve. 
Los aborígenes australianos quizás tengan su antes y su después justo cuando el capitán Cook hincó la Union Jack en una orilla de una playa de su inmenso continente insular y ahí, en ese momento y ese sitio, su mundo empezó a convertirse en una gran reserva llena de alcohólicos.
Los hindúes, exuberantes hasta en esto, cuentan sus eras por miles.

Nosotros los occidentales, hijos y nietos del cristianismo aunque haya renegados ideológicos en nuestras filas, dividimos nuestra historia tomando como referencia el nacimiento de Jesús, aunque parezca que el corte ha sido hecho con metal duro: A.C. y D. C. marcan el territorio de nuestras dos únicas eras.


Si a cada uno de nosotros nos propusieran una nueva división y solo una, pondríamos la marca en cualquier hito que consideremos fundamental en la historia de la humanidad. Cuando murió el último neandertal. Cuando el arca de Noé encalló con un crujido terrorífico en tierra seca. Cuando rodó por el suelo la primera cabeza empolvada tras la guillotina. O cuando el primer voto de una mujer tocó fondo en una urna poniendo fin a siglos de podrido patriarcado. Habrá alguno que haya querido romper el hilo de la historia justo el año en el que el Cádiz subió a primera, qué se yo, mejor no preguntar.


Yo también propongo una innovadora división en eras: antes y después de los tanatorios (A.T.y D.T)


El viejo mundo sin tanatorios, aunque no sin muerte, claro; ese mundo antiguo en el que el velatorio era un asunto privado que se resolvía en la casa de cada cual, con su llanto, sus chistes y su copita, ha desaparecido. Ya no hay, y no las echo de menos, lloronas ni rezadoras; tampoco vecinos entrometidos o pesados.


Con el tándem que los tanatorios montan con los hospitales, la mayoría de las veces no hay tiempo para un adiós en condiciones: ¡recuerda tanto a una cadena de montaje! (Desmontaje, en este caso).Todo se finiquita en esas parcelas frías y anodinas gestionadas por hombres de corbatas estrechas, con salas todas iguales, numeradas y seguidas, aire acondicionado de serie, grises marinas colgadas de las paredes, tiendas de coronas de plástico y hasta difuntos maquillados.


Morirse así es doblemente triste: compartiendo con desconocidos el terreno privado del dolor y la tarjeta de crédito, sin aguardiente ni dulces, las broncas voces del bar al fondo del pasillo y parpadeantes velas eléctricas que no dan luz y mucho menos calor.

 Y ahí estamos nosotros viviendo y sobre todo muriendo, en esta nueva era D.T.

 Para qué me habéis preguntado.






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