No los extravío, ni los presto, no los cedo a una ONG o a la cárcel. No los dejo en un banco del parque como quien deja un hermoso legado a un desconocido, sencillamente se los lleva a Venezuela mi cuñado J.
Le gustan sobre todo los de historia contemporánea, tipo ensayo más que novela, aunque no hace ascos a otras cosas, doy fe. Le encantan las biografías de cantantes con vidas al límite de los setenta, de esos ojerosos que gastan anillos con calaveras. Y si dichas biografías son en inglés, más las disfruta: menos intermediarios. Ese tipo de libro, se lo suele regalar a su hermano. Pero los míos, ay, se los lleva.
Mi cuñado, gran lector, tiene una relación extraña con los libros, muy hippie. Le gustan tanto que les arranca las pastas para poder meterlos en los bolsillos del pantalón, y así transportarlos con facilidad y leerlos en cualquier rincón y ocasión; después, según tenga el cuerpo, se los lleva de regreso a casa o los deja en cualquier lado, olvidados con o sin propósito.
Recientemente se ha jubilado y se ha mudado a Isla Margarita y la mudanza le planteó una ligera incertidumbre con respecto a sus libros: no sabía qué hacer con tanto escrito. Desprenderse de ellos le daba un puntito de inquietud (solo un puntito, por lo que contaba. Genéticamente no es capaz de más). Mudarse con ellos le daba trabajo y eso como que no mola: empaquetarlos, buscarles hueco (un gran hueco) en su nueva casa, comprar nuevas estanterías. No son una herencia factible para sus hijos, que por supuesto, no leen. Pero sobre todo, eran un lastre, un gran peso, una cadena que le ataba al pasado. Y ese grillete a estas alturas de la película, no se lo quería permitir. Y lo veo estupendo: toda una opción/lección vital. Me escribió para pedirme consejo y creo que no le contesté, basándome en el principio que guía su vida, según el cual, él hace aquello con los consejos de los demás. Allá él, el libérrimo J. y sus circunstancias. Sexo, drogas y rock and roll hasta la muerte.
Esa lengua que todos conocemos. |
Pero, aquí, en Sevilla, se lleva mis libros, y eso, os lo repito, me pone de mala leche.