miércoles, 11 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD

 Va siendo un clásico de las navidades que me falten un par de libros de la estantería al terminar las entrañables fiestas. Solo un par cada vez, es cierto, y solo llevamos tres o cuatro años en ello, pero aunque cuantitativamente no tenga mucho peso la falta de ejemplares en la librería, a mi me pone de mala leche.

  No los extravío, ni los presto, no los cedo a una ONG o a la cárcel. No los dejo en un banco del parque como quien deja un hermoso legado a un desconocido, sencillamente se los lleva a Venezuela mi cuñado J.


  Le gustan sobre todo los de historia contemporánea, tipo ensayo más que novela, aunque no hace ascos a otras cosas, doy fe. Le encantan las biografías de cantantes con vidas al límite de los setenta, de esos ojerosos que gastan anillos con calaveras. Y si dichas biografías son en inglés, más las disfruta: menos intermediarios. Ese tipo de libro, se lo suele regalar a su hermano. Pero los míos, ay, se los lleva.

  Mi cuñado, gran lector, tiene una relación extraña con los libros, muy hippie. Le gustan tanto que les arranca las pastas para poder meterlos en los bolsillos del pantalón, y así transportarlos con facilidad y leerlos en cualquier rincón y ocasión; después, según tenga el cuerpo, se los lleva de regreso a casa o los deja en cualquier lado, olvidados con o sin propósito.

  Recientemente se ha jubilado y se ha mudado a Isla Margarita y la mudanza le planteó una ligera incertidumbre con respecto a sus libros: no sabía qué hacer con tanto  escrito. Desprenderse de ellos le daba un puntito de inquietud (solo un puntito, por lo que contaba. Genéticamente no es capaz de más). Mudarse con ellos le daba trabajo y eso como que no mola: empaquetarlos, buscarles hueco (un gran hueco) en su nueva casa, comprar nuevas estanterías. No son una herencia factible para sus hijos, que por supuesto, no leen. Pero sobre todo, eran un lastre, un gran peso, una cadena que le ataba al pasado. Y ese grillete a estas alturas de la película, no se lo quería permitir. Y lo veo estupendo: toda una opción/lección vital. Me escribió para pedirme consejo y creo que no le contesté, basándome en el principio que guía su vida, según el cual, él hace aquello con los consejos de los demás. Allá él, el libérrimo J. y sus circunstancias. Sexo, drogas y rock and roll hasta la muerte.



Esa lengua que todos conocemos. 
  Sé que mi cuñado es lo más cerca que voy a estar de uno de los Rollings en mi vida, lo veo un par de días al año si llega, y vive a miles de kilómetros de mi. Hombre, y lo quiero, no voy a decir que no. Es la persona más generosa del mundo. Cuando viene de indiano por navidad, y ayudado por la cantidad ingente de vodkas que su higado-superhéroe es capaz de ingerir, nos invita a tomar raciones de exquisito jamón en sitios con tanto pedigrí que me espeluznarían de ir sola; se aloja en hoteles de superlujo, da propinas contundentes a mis hijos, regala perlas caribeñas a su madre y su consuegra, y hasta yo tengo dos bonitos collares de perlitas que le debo a él. 
Pero, aquí, en Sevilla, se lleva mis libros, y eso, os lo repito, me pone de mala leche.





lunes, 9 de diciembre de 2013

HOY QUIZÁS EMPIEZA EL VERANO

 
Pantalla de temperaturas poniéndose calentita. 

Día veinte de junio, diez menos cuarto de la mañana.

El timbre sonó a las diez menos cuarto, justo después de desayunar, de haber terminado de hacer lo más imprescindible en la casa, de hacer las aperturas básicas de chi kung y de ducharme. Justo en ese momento en el que a diario me debato  entre abrir el correo, bajar al kiosco a por El País y el pan de polvillo (literal) o ponerme a planchar. Ese alguien tenía sin duda el esquivo don de la oportunidad, sin coña. O parecía conocerme muy bien. De mala gana, pues mis pelos nunca están a la altura de las circunstancias tan temprano, abrí la puerta tras mirar por la mirilla y descubrir en el descansillo a un tipo de aspecto inofensivo, anodino, con bigote, maletín y esmirriado. Redondeado falsamente por el cristalito de ojo de pez.

--Buenos, días, doña María. Mi nombre es Evaristo. Creo que la pillo en el momento más adecuado ¿Puedo pasar?


Una mano fofa, aunque picuda, cayó como un garfio sobre la mía. Miré desconcertada ese montón de huesos y me hice a un lado, muda, mientras él sacudía con frenesí la suela de sus gastados zapatos sobre la cenefa roja que rodea mi felpudo. Le indiqué con desconcierto una silla de la cocina, (en casa, con mal entendida humildad, entramos y salimos solo por la puerta de servicio) mientras apagaba la radio y su inmundo cacareo matutino.


---Bueno, doña María. Su tiempo es oro y sé que anda ocupada, no me voy a dispersar. Ya le he dicho que mi nombre es Evaristo. Evaristo Gómez, agente comercial de Editorial El Zampabollos goloso, especializado en literatura infantil y juvenil. En nombre de mi empresa vengo a ayudarle, porque sabemos que anda algo despistada con su novela. Muy divertida por cierto. Ese Loren me recuerda tanto a mi chiquillo...¡Ja, ja, ja!


--¿Cómo?


--Sí señora, cuanto menos, despistada. O bloqueada o desconcertada o indecisa a secas. Es una decisión difícil, no me cabe duda, lejos de mi ánimo criticarla. Sabemos que ya ha visitado en varias ocasiones la página Escritores.org y que ha buscado por internet un listado de editoriales del Campo de Gibraltar. Y que de ahí ha pasado a otro más amplio de Andalucía occidental. Y de ahí a otros aún más extensos. Que los ha visitado y se ha marchado con discreción. No ha insistido mucho ¿eh, doña María? Sabemos también que ha pensado en buscarse un agente literario, o en presentar su obra a un concurso, aunque esta opción es la que menos le seduce porque...


(Tate, pensé. Este tipo, aunque quizás debiera llamarle este topo, está al tanto de mis movidas. Qué vergüenza.)


--También sabemos que tiene amigos que pretenden asesorarla. Con un criterio equivocado, perdone que le diga, aunque no niego que lo hagan con buena voluntad. Pero vamos, ¡proponerle la editorial Atlantis! O la autoedición on line vendiendo a euro el ejemplar. O la aún mas descabellada del crowfunding...


(¿Cómo que qué vergüenza? ¿Qué estoy pensando? Esto es espionaje puro y duro. Un Watergate en chiquitito. Tiene toda la pinta del espionaje internacional a través de ordenadores privados que ha destapado el tipo este, el Snowden. Esto tiene que ser ilegal por fuerza y...)


--En Editorial El Zampabollos goloso, casi sin coste alguno, y siempre atendiendo a sus intereses, le ofrecemos un variado catálogo de...


(Madre mía. ¡Estoy vigilada! Y menos mal que  no tengo perfil en facebook o cuenta de twiter. Qué invasivo, por favor. La editorial esta de los zampabollos gustosos chequea mis correos y visitas a páginas web relacionadas con el mundo literario de poca monta o directamente compra datos de escritores como yo, tentones y mojigatos y les...)

Monos de Gibraltar espulgándose.

---Porque su ópera prima, doña María, "Los últimos monos de Churchill", tiene calidad. Si señora, aunque usted no se lo crea, ahí se ve trabajo de años. Cuantos ya, por cierto María, me permito tutearle. ¿Cuatro? ¿Cinco? No la critico, María, Dios me libre. Solo expongo datos. Datos. Nuestros clientes o futuros clientes son sagrados para nosotros. En su novela hay historia, aventura y humor en su justa dosis, ingredientes seductores para chicos de la franja de edad en la que usted ha pensado. Contiene diálogos fluidos y personajes creibles y entrañables. Yo con el Loren es que me parto. Cuando le toca las pelucas a los maniquíes esos de la cueva de Gibraltar, o cuando dice eso de "¡pero es naudito!". O cuando se come los bocadillos de mortadela con aceitunas a pares y...

(¿Estará Obama detrás de esto? ¿la CIA? Que va, que va, tía, no te crezcas. Este cutrerío lo más lejos que ha podido llegar es a Rajoy, y eso con suerte. De lo que no me cabe duda es de que tiene el sellito de la Marca España de marras.)


--Pues eso, María, que editorial El Zampabollos goloso se le ofrece por el módico precio de...


--No siga, Evaristo, lo siento. Muchas gracias. Me coge usted en mal momento. Tengo cita en el médico por lo del pie. Lo del pie, ya estará usted al tanto ¿no?


--No tiene usted por qué disculparse, doña María. Su pie. Por supuesto que hay prioridades. ¿Lo dejamos para el viernes, entonces? ¿A las diez menos cuarto le viene bien?


--Once menos cuarto mejor. Tengo que ir a primera hora a la pescadería de Meli a por boquerones para ponerlos en vinagre y después recoger un paquete en Correos.


(Hala...Tú sigue dándole datos al tío este, so capulla, que te vas a enterar.)


--Pues a las once menos cuarto mejor. No se hable más. Tiene usted una cocina muy bonita, María. Nos vemos pasado mañana, a ver si no se nos sube a la chepa el mercurio.


--He oído en la radio que suben bastante las temperaturas. Espero que no nos achicharremos, que todavía es veinte de junio. ¡Hoy empieza el verano! O mañana, no sé.


--A ver, a ver...¡Hasta el viernes, doña María!


--Hasta el viernes. Adiós, Evaristo.


(¡¡¡Pero seré gilipollas!!!)


EL CHAMÁN

Río Tinto, Huelva, Marte.


Me costó bastante esta vez llegar a la cueva del chamán, y llegué calada pero llegué: me urgía hacerle una consulta.

Mi tía desayuna con sus amigas tras la visita diaría al médico del seguro; algunas de mis amigas solucionan parte de sus malestares o inquietudes con la acupuntura; las más correosas experimentan con homeopatías descodificadoras o semiayunos macrobióticos a base de algas y agua marina cuando se atascan en algun proceso vital. Yo siempre recurro a mi chamán, aunque vive lejos: en lo alto de un correoso cerro que vigila las desembocaduras del Tinto y el Odiel, y siempre que llueve esa extraña lluvia roja de por allí llego a la consulta oscura y con los pies sangrantes de falsa sangre, como me ocurrió ayer.


-Chamán- le dije, reclinando la cabeza- esta vez no vengo para nada mio, quiero que me des un consejo para un amigo.


-Habla, María -dijo rodeando con las dos manos su taza de loza china humeante y soplando un poco de viento del norte al te verde de las marismas.


-Se trata de Rafa. Ya te he hablado alguna vez de él.


-¿El que ha ganado de nuevo este año ese extraño premio literario?


-Si, el mismo. Dice estar poseido por el segundo aliento, miles de palabras dan vueltas por su cabeza como remolinos y cuando me escribe algún mensaje, aún trabuca las letras y sigue teniendo faltas de ortografía.


-El nanoWrimo lo ha pillado bien en esta ocasión. No es nada grave, María, solo euforia de las letras, nada para preocuparse. En unos días desaparece en esta forma díscola y se amansa. Que practique un poco de literatura slow antes de acostarse, que escriba un par de haikus y que lea un poema infantil para su hija, vocalizando mucho las eses y las erres. En dos o tres días como nuevo.


-Gracias chamán por tus sabias palabras. En cuanto llegue a casa le escribo un correo con tu receta.


-Estupenda idea, pero espera que escampe antes de irte. Tómate un té conmigo. Tú no lo endulzas con nada ¿verdad?






LA fARSA DE J.

Suavizante traidor.
Todo resultó una farsa.

Todo falso, equívoco, farso.

Quizás todo no, honesta cosa es decirlo. Quizás solo el asunto de sus camisetas. Pero le dolió a mi ego marujo como una pesada traición.

No era él, J., quien se lavaba sus camisetas. Sus prietas camisetas que tronaban mensajes subversivos e impactantes imágenes undergraundes y que encerraban en sus entretelas de algodón (impreganadas, prensadas, sometidas), como el oxímoron redondo, un intenso perfume a suavizante FLOR azulísimo (impolutas, planchadas con raya, del revés, con esmero), todo eso era obra de su madre.


Ese fenómeno cuasi paranormal que siempre maravilló a la ilustre fregona que llevo dentro, no era obra suya. ¡Y yo engañada tantos años!


Por eso ahora ya no me creo nada.

Quizás fue también ella quién le escribió "El barro y la costilla" en las largas tardes de AnaRosa, un cafelito y frío sevillano glacial.

ERAS Y TÁNATOS


Una funeraria. La  puerta.
Los humanos, para organizarnos, somos muy de dividir el tiempo en eras.

Los chinos, supongo, habrán puesto el hito en Confucio o/y en Mao y a partir de ahí han hecho sus cómputos temporales; o puede que hayan seguido un criterio más poético, como el momento en el que floreció el primer ciruelo, no lo sé.

Los esquimales quizás, han hecho el corte en el momento en el cual no han podido negar la evidencia de que sus hielos se funden, y de que sumergidas en esas aguas gélidas, naufragan las más de cien palabras que tienen para definir el blanco de la nieve. 
Los aborígenes australianos quizás tengan su antes y su después justo cuando el capitán Cook hincó la Union Jack en una orilla de una playa de su inmenso continente insular y ahí, en ese momento y ese sitio, su mundo empezó a convertirse en una gran reserva llena de alcohólicos.
Los hindúes, exuberantes hasta en esto, cuentan sus eras por miles.

Nosotros los occidentales, hijos y nietos del cristianismo aunque haya renegados ideológicos en nuestras filas, dividimos nuestra historia tomando como referencia el nacimiento de Jesús, aunque parezca que el corte ha sido hecho con metal duro: A.C. y D. C. marcan el territorio de nuestras dos únicas eras.


Si a cada uno de nosotros nos propusieran una nueva división y solo una, pondríamos la marca en cualquier hito que consideremos fundamental en la historia de la humanidad. Cuando murió el último neandertal. Cuando el arca de Noé encalló con un crujido terrorífico en tierra seca. Cuando rodó por el suelo la primera cabeza empolvada tras la guillotina. O cuando el primer voto de una mujer tocó fondo en una urna poniendo fin a siglos de podrido patriarcado. Habrá alguno que haya querido romper el hilo de la historia justo el año en el que el Cádiz subió a primera, qué se yo, mejor no preguntar.


Yo también propongo una innovadora división en eras: antes y después de los tanatorios (A.T.y D.T)


El viejo mundo sin tanatorios, aunque no sin muerte, claro; ese mundo antiguo en el que el velatorio era un asunto privado que se resolvía en la casa de cada cual, con su llanto, sus chistes y su copita, ha desaparecido. Ya no hay, y no las echo de menos, lloronas ni rezadoras; tampoco vecinos entrometidos o pesados.


Con el tándem que los tanatorios montan con los hospitales, la mayoría de las veces no hay tiempo para un adiós en condiciones: ¡recuerda tanto a una cadena de montaje! (Desmontaje, en este caso).Todo se finiquita en esas parcelas frías y anodinas gestionadas por hombres de corbatas estrechas, con salas todas iguales, numeradas y seguidas, aire acondicionado de serie, grises marinas colgadas de las paredes, tiendas de coronas de plástico y hasta difuntos maquillados.


Morirse así es doblemente triste: compartiendo con desconocidos el terreno privado del dolor y la tarjeta de crédito, sin aguardiente ni dulces, las broncas voces del bar al fondo del pasillo y parpadeantes velas eléctricas que no dan luz y mucho menos calor.

 Y ahí estamos nosotros viviendo y sobre todo muriendo, en esta nueva era D.T.

 Para qué me habéis preguntado.