Suavizante traidor. |
Todo falso, equívoco, farso.
Quizás todo no, honesta cosa es decirlo. Quizás solo el asunto de sus camisetas. Pero le dolió a mi ego marujo como una pesada traición.
No era él, J., quien se lavaba sus camisetas. Sus prietas camisetas que tronaban mensajes subversivos e impactantes imágenes undergraundes y que encerraban en sus entretelas de algodón (impreganadas, prensadas, sometidas), como el oxímoron redondo, un intenso perfume a suavizante FLOR azulísimo (impolutas, planchadas con raya, del revés, con esmero), todo eso era obra de su madre.
Ese fenómeno cuasi paranormal que siempre maravilló a la ilustre fregona que llevo dentro, no era obra suya. ¡Y yo engañada tantos años!
Por eso ahora ya no me creo nada.
Quizás fue también ella quién le escribió "El barro y la costilla" en las largas tardes de AnaRosa, un cafelito y frío sevillano glacial.
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