martes, 17 de junio de 2014

NO HAY VIDA SIN MÚSICA






La música que acompaña las palabras de mi blog no es mía, pero es tan mía como lo es mi propia voz, mi cuerpo. Vive allí donde yo me mude; crece, cambia y se enriquece conmigo, como yo me enriquezco con ella. Puedo decir sin faltar a la verdad que hasta se cuela en mi cama y corteja mis sueños.

Alguna  vez es música que rescato del fondo del baúl, de mi baúl, de mi yo de hace veinte o treinta años y que rebusco exprofeso para la ocasión ("Arponera" de Esclarecidos, en "Contraseña" o "Body and Soul" de Coleman Hawkings en "Rayuela y otros juegos"): ese viejo broche de perla que convierte en elegante cualquier indumentaria. 

A veces la melodía, la canción, tira de un hilo mágico y pesca un texto (como me ocurrió con la Marcha procesional basada en la ópera" Ione" a cargo de la Orquesta Sinfónica Municipal de Sevilla, que de hecho escribió solita y del tirón mis "Seis relatos mediterráneos para una marcha fúnebre." O "Afró Tambú", con la fastuosa y loquísima puesta en escena de Agustín Gª Calvo, Chicho S. Ferlosio y Amancio Prada, que dictó mi "Soliloquio de la mujer invisible". O con la bellísima "Gure oroizapenak" de Mikel Laboa, que salió de entre las sombras de un bosque para una mis entradas preferidas: "Antídoto").

Otras veces la música es consustancial al relato, este no es apenas nada sin ella. (Moraito y María Bala cantando entre lágrimas en mi "Op de weg naar Alcalá" o las dos joyas que reverberan al fondo de mi texto "Con permiso del zurdo": "Aquella canción de Roxy" del grupo ochentero La Mode y la no menos ochentera "Avalon", de Roxy Music.)

El flamenco gana por goleada: las alegrías de Beni de Cádiz aliñando "Vivan las caenas", Adela la Chaqueta cantando un cuplé y bailando como ninguna en "Ellas bailan solas", el cante y sobre todo los chascarrillos de Chano Lobato adornando mis "Píldoras flamencas" o la rumba más desgarrada de Los Chunguitos ("Si me das a elegir") poniendo el soniquete de fondo a "Polígono de San Pablo y dos haikus". 

Javier Ruibal solo canta "La Reina de África" para el texto del mismo nombre, pero podría tener una sesión para él solito si no me reprimiera. 
Janes Joplin con en "Summertime" me buscó para compartir el whisky en  "Antes muerta que sencilla". 
La orquesta Mondragón y su alocado "Viaje con nosotros" alegró la juventud de "El año del conejo" y Pablo Guerrero y sus "Sueños" pusieron una nota dorada en "Ella me pertenece".

La vivísima "Raskayú" cantada por su autor, Bonet de San Pedro, me vino como anillo al dedo para "¡Albricias!" y la voz caliente de Lhasa cantando su preciosa "Con toda palabra" explica sin necesidad de adjetivos el por qué de "Mi alma canina".

¡Se me olvidaba! "Todo se transforma", de Jorge Drexler, acompaña desde la ventana de la cocina a mi gorrión en "Urbi et orbi" sin vértigo alguno.



La música es parte del cuerpo y el alma de cada cuál y yo, por muy perra que sea, no puedo vivir sin el trozo de ella que a mí me corresponde. Sería una mutilada en mi esencia.


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