sábado, 28 de junio de 2014

EL MUSEO DEL ORGULLO GAY


Ojalá que algún día no haga falta señalar en el almanaque el día de nadie, porque significará que ese alguien ya no es nadie o casi nadie para los otros.

Pero mientras tanto, aquí y ahora, el calendario anda cargado de días para todo y para todos, un recordatorio puntilloso y algo cansino, sin duda demasiadas veces minoritario o sorprendente. Un minucioso santoral laico en el que sin esforzarnos demasiado cada uno encontramos un huequito.

Nada minoritarios y siempre sorprendentes pueden resultarnos algunos de los festejos que engalanan este sábado de finales de junio, el día del orgullo gay, el gran día de la fiesta y la reivindicación homosexual.

Los desfiles, ese escaparate de carrozas y cortejos excesivos, exuberantes, ruidosos y divertidos no nos pueden hacer olvidar las dificultades con las que se sigue encontrando esa gran parte de nuestra sociedad, aquí y sobre todo lejos de aquí. La homosexualidad es ilegal en más de ochenta de países y en casi una decena, los homosexuales pueden  ser encarcelados, torturados  e incluso ejecutados por su propio y demencial Estado.

Pero volvamos a la fiesta, que es lo que hoy toca. Yo en esto de los desfiles del orgullo gay entré por la puerta grande, pues el primero que vi, ojiplática, feliz y con un jet lag de caballo, hace ya muuuchos años, fue el de Nueva York (imponente, descomunal, maravilloso) así que los demás, que le voy a hacer, por más locos que sean, por más estiletes y transparencias que luzcan y por más plumas que por allí vuelen, siempre tienen para mí un puntito pueblerino. 

Hasta el de Londres, al que asistí también hace bastante, me lo pareció, y eso que fue colosal.
Lo que más me gustó de ese desfile fue lo que vino después del desfile, en los servicios de The National Gallery. La pinacoteca que mira desde sus altas escaleras ese delirio de fuentes, columnas ciclópeas y leones de bronce en el mismo corazón imperial de Londres, guarda un tesoro exquisito entre sus Caravaggios, Vermeers y Velázquez: un baño abierto al público.

Al museo se entra gratis y sin pasar por escáner ni policías tocones. Así que más de uno y de una, si tiene una urgencia fisiológica en esa agitada ciudad, puede usar sus baños y marcharse tan ricamente. Sin echar ni un vistazo a las joyas que allí se custodian de modo tan libre, sin dejar una mísera propina.

Pues eso, que estaba yo visitando el museo y antes de irme entré en el baño de señoras de la planta baja. Y lo que vi al entrar me dejó maravillada, y eso que llevaba un día de grandes maravillas: drags queens altas como torres, lesbianas de uniformes imposibles, lolitas de sexo dudoso e imponentes bigotudas con boas emplumadas color arcoiris guardaban cola entre risas y pases de cepillo por sus melenas despampanantes. 

Y me puse la última de la fila, sí, yo, ciudadana de una provincia del mundo en la que no gasto ni gota de glamour.




No hay comentarios:

Publicar un comentario