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¡Naturalidad! ¡Esa es la consigna! ¡Que no se me noten las prisas y el poco
tiempo que llevo en esto!
Subo los escalones a buen paso. Sobre
todo al principio. Los primeros peldaños eran azul añil, después fueron
amarillos y ahora son rojo sangre y
todos están bastante torcidos y descascarillados. Qué raro. Ahora que caigo,
también es bastante raro que esta escalera no se acabe nunca. Llevo horas
subiendo y subiendo, y el final allí arriba no se vislumbra si quiera.
Tras el enésimo recodo, aparece la
puerta entreabierta en la fachada de una casa pintada de color rosa chicle. La
casa parece tener más de mil años y está inclinada un poco a la derecha, como
si el agua impetuosa del monzón se hubiera abierto paso hasta aquí arriba con el
afán de embestir por la fuerza de sus olas las puertas mismas del cielo. Porque
esto debe estar casi en el cielo. Un gran charco en el escalón parece
corroborar mi tesis del monzón.
Levanto la cabeza con dificultad a causa de mis
maltrechas cervicales y el cartel, algo torcido, confirma que por fin he
llegado al lugar que andaba buscando: “Oficina de empadronamiento”. De pronto
estoy rodeada de decenas de personas y eso que he subido sola todo el tiempo.
Uno con cara de despistado me clava el codo en los riñones, pero seguro que es
sin querer. Hay gente vieja y muchos jóvenes, dos o tres perros, todos indios
de pedigrí, con bellos saris ellas, con sus impolutas blusas blancas ellos, a
algunos les brilla el cráneo recién rapado. También hay varios sadhus con taparrabos, muchos colgados con rastas y pantalones
bombacho, un par de alemanes de mediana edad con una abultada carpeta bajo el
brazo: parece que estos traen todos los documentos en regla. ¡Madre mía! ¡Yo no
traigo apenas nada! Solo unos papeles arrugados en el bolsillo y una guirnalda
de flores espachurradas colgando del cuello.
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¡El siguiente!
De pronto
toda la gente se ha esfumado y parece que ya es
mi turno. Mi corazón late a ritmo
de metralleta. Empujo con dificultad la puerta azulada repitiendo para mis
adentros la consigna: ¡Naturalidad! ¡Frente alta! ¡Andares sueltos! ¡Qué no se
note que llevas poco tiempo en esto! Entro en la vetusta oficina con más miedo
que vergüenza.
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¡Maestro!
No puedo
evitar mi sorpresa. Detrás del mostrador, tras la mesa, Borges en persona
atiende a los solicitantes medio oculto tras una vieja máquina de escribir en
braille. Lleva una flor de caléndula naranja en el ojal de su americana gris
oscura.
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Maestro, qué alegría, no esperaba encontrarlo aquí.
---¡Ja,
ja, ja!Así es la vida… Así son las vidas. ¡Tuve que reengancharme, che!…Sus
papeles, señora, si es tan amable. Si es en soporte digital, mucho mejor.
Con cara compungida, meto mi mano en el
bolsillo y saco unos cuantos folios muy doblados sobre sí mismos, que al
desplegarlos, parecen el plano muy usado de una ciudad olvidada.
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Mmmm…papeles traigo pocos, la verdad. Pero los pocos que traigo son muy buenos.
Están un poco arrugados, pero son buenos. Estoy escribiendo un poco sobre esto
y…
---Sha, sha, sha. Como casi todos. Algo más. Estancias en Ashram, baños en el
Ganges, ofrendas, sacrificios…
---Buenooo…ejem. Algunas pujas al
atardecer... Este collar de flores para la diosa, tóquelo, tóquelo. El punto
bermellón en la frente valdrá varios puntos ¿no?
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El Ganges. Foto de S.M. |
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Créditos, señora. Se shaman créditos, se suman como puntos, pero no son puntos
en realidad. La guirnalda está espachurrada, y si la sheva usted como collar,
señora, eso resalta sin duda su belleza natural, pero ya no sirve para la
diosa, como usted comprenderá.
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Claro, claro, lo comprendo. Pero el bindi…el
bindi valdrá un montón de créditos.
Paso mi dedo por la frente, pero no hay rastro del punto bermellón. ¡Lo
borré con la toalla esta mañana tras la ducha!
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¡He llevado el bindi todos estos días, se lo juro! Me lo
habré quitado sin querer. ¿No me pueden hacer un análisis? Digo yo que como está hecho con polvos de cinabrio, al
estar compuesto por minerales pesados,
eso tiene que dejar un rastro en el cuerpo. En un análisis saldrían sin duda
esos residuos de azufre y mercurio que…
---¡Vos querés pruebas de
su dopaje, señora! Eso aquí no es posible ¡Debemos estar limpios!…Sha me entiende.
---Por
supuesto, por supuesto. Mmm…He llorado, señor Borges. Eso tiene que valer
mogollón de créditos. Lloré la primera vez que vi el Ganges al fondo del
callejón. También lloré en la barca. Y en la ceremonia de Aarti. Se me saltaron las lágrimas en…
--- ¡Shorar! Mi señora, Sho shoro varias veces
todos los días. ¡Quién no shora en
esta bendita ciudad! Mire usted cómo están mis ojos de tanto shorar…
Contemplo con arrobo los ojos glaucos
del viejo escritor y suspiro. De una vieja radio con forma de capilla que hay
sobre una repisa, brota un tango en hindi que hace balancear la trompa de la
auxiliar que teclea bajo la ventana. ¡Tiene cabeza de elefante! Pero su sari
color violeta ciñe las curvas de una chica que no tendrá más de veinticinco
años.
Borges pasa los folios de mi escrito
tanteando mucho los papeles, pero no se le ve muy convencido. Esto no tiene
buena pinta. Parece que voy a sumar pocos créditos y que tendré que volver otro
día. Y esto está tan lejos y las
escaleras son tan altas, y hace tanto calor, y tengo tan poco dinero para el
viaje…Llego a saber antes que en esta oficina
trabajaba él y me habría traído
el ejemplar de Fervor de Buenos Aires
que dejé en Sevilla sobre la mesa de noche para... ¡Ah! ¡El poema Benarés! Seguro que con esto consigo
algún punto más.
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¡Quise prestarle mis ojos, don Jorge
Luis! Tras leer su poema, me emocioné.
Sentí compasión de su ceguera. Y escribí yo uno en el que le prestaba
mis ojos para que a través de ellos contemplara el río, y el humo de las piras
y los ghat, y las casas de la ciudad milenaria que se pierden en lo alto de las
escaleras.
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Pero era muy malo y…
---Sí.
El poema era muy malo y lo partí. Pero lo escribí con el corazón en carne viva,
se lo juro. Eso tiene que puntuar por fuerza.
---Sha,
sha, sha…Uuummm… ¿Limosnas? ¿Sacrificios?
--- No,
señor. Lo siento. Sería incapaz de tocarle un pelo a una cabra.
¡El collar
de Durga! ¡¡¡Bien!!! Seguro que vale más de cien créditos. En él tengo la
prueba de que aunque no haya hecho un sacrificio cruento en su honor, la Inaccesible
me quiere, pues me regaló este collar con superpoderes, cuando estuve esa tarde
de febrero en el templo Rojo. ¡Este collar prueba que soy la ahijada de Durga!
---
Maestro, llevo puesto el collar de la diosa y no me lo pienso quitar. No he
hecho sacrificios, ni he buceado en el Ganges, ni he comido con las manos. Pero
creo que merezco que me dé el certificado. He llorado bastante, he montado un
par de veces en barca, he metido mis pies en la madre Ganga. ¡Solo los pies, ya
lo sé! También he montado en rickshaw,
me he reído con el baño de los búfalos, he acariciado a algún perro santo, me
he conmovido con los ritos de la gente en el río sagrado y con las exóticas
pinturas de los santones. Deme el certificado de empadronamiento, señor
Borges, por favor. Mi alma se quedó aquí
enganchada y no he conseguido llevármela entera de vuelta a Sevilla.
---Sha, sha, sha…Comprendo su interés,
señora, pero los créditos son los créditos.
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Desde que era muy jovencita, casi en el treinta a. B. soñaba con pisar este
país, y en concreto esta ciudad. No he podido venir hasta ahora, pero desde la
adolescencia, o antes, aún antes de flipar con
el citar de Ravi Shankar, mi deseo ya era…
--- ¡Ja,
ja, ja! ¡El treinta antes de Benarés! ¡Aquí hay gente esperando desde el
trescientos! Ilustre dama, hay dos o tres peregrinos que shevan desde antes del tres mil intentando hacerse con el documento
¡y aún no lo consiguieron!
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Pe-pe-pero yo dispongo de poco tiempo, monseñor. La casa, las clases, los
hijos…¡Estoy sin muchacha desde hace dos años! Además, reverendo, solo he hecho
un viaje exprés, muy pocos días, y para
estar tanto tiempo, quiero decir tan poco, los logros han sido muchos. Llegué a
pertenecer una parroquia en Delhi y y
y…¡Leí El Aleph con solo quince años y no me enteré de nada! Eso tiene mucho
mérito y merece muchos puntos, excelencia, por favor ¡deme el certificado!
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Un sadhu tiende su taparrabos en la orilla. Foto de S.M. |
--- Llámeme Borges a secas. Se lo ruego. Además
vos sospechás que sho soy un boludo,
que le puedo dar el certificado de empadronamiento por las buenas, no más, sin
acreditar sus logros de manera imparcial, a voleo. Esto es muy serio, señora. Sho no soy más que uno más aquí, sho no soy el que decido. Y por supuesto no improviso.
---
Claro, claro. No era mi intención dudar de la seriedad de este sistema, don
Jorge Luis. Lo siento.
El escritor parece realmente enfadado.
Manosea mis papeles con cierta desgana, mirando al frente con el entrecejo
fruncido. Tantea las arrugas de los pliegues por donde han sido doblados y
tuerce el gesto en un rictus similar al asco. Creo que esto está más que
perdido. La radio se arranca por Pink Floyd, y carga la atmósfera de la oficina
con acordes narcóticos que me provocan un escalofrío. Mi mirada triste traspasa
la ventana y se pierde en la quietud del río, que reverbera bajo la luz de
poniente, allá a lo lejos. La secretaria con cabeza de elefante aparta un
minuto las manos del teclado y todas sus pulseras bailan a la vez. Ajusta con
sus largos dedos el piercing dorado que adorna la punta de su trompa, me sonríe
y regresa a su trabajo sin dejar de sonreír, la punta marfileña de sus
colmillos asomando de las comisuras de sus hermosos labios.
"Naturalidad, frente alta, andares sueltos"… ¡Me rio yo de mis consignas!
He vuelto a hablar de modo atropellado y
he interrumpido al maestro con mi voz de pito, he expuesto mis ideas con
desorden…y me ha dado por vencida antes de tiempo. Eso por no hablar de mi
lenguaje corporal: ese meneo de manos, mi mirada esquiva, mi porte
inseguro…¡Uf! Seguro que regreso con las manos más vacías de lo que las traje.
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Un barquero. Foto de S.M. |
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Revisemos el cómputo. Mmmm… Se ha dado usted cuenta, señora mía, de que las
balanzas que pesan la madera para las piras, son verdes ¡el sublime color de la
esperanza! ¡Y ha captado el carácter místico de los barqueros! Pese a que hay
entre eshos algunos diletantes, la mashoría ha hecho sus prácticas en el
Leteo y constituyen un gremio ilustre del que nos sentimos muy orgushosos.
--- Si, señor. Me di cuenta de eso al
primer vistazo.
--- Y
luego…aquí. Sí. Son muy pocos los que adivinan la peculiaridad de los perros de
la India. ¡Por supuesto! Eshos están
al final del camino, en el último tramo del samsara,
la rueda de las reencarnaciones. ¡Eshos
no son un paso menos sino un paso adelante! ¡Excelente! Esto me suena a budismo inverso. ¿Acaso sós
devota de esa religión?
---Algo
hay, algo hay, ja, ja, ja, ja. Qué agudo es usted señor Borges.
--- Y también está la mirada…Esa mirada…
---¿La
mirada? ¿Tan extraña le parece? ¿Lo dice usted porque soy muy miope? ¿Porque
aun no me he hecho las gafas progresivas?
---Veo
en su mirada oscura una determinación…un poco ambigua en algún momento, sí,
pero es la determinación fatal de aqueshos
que desean a toda costa quedarse aquí un poco más, a pesar de los monzones, y
de la suciedad del río, y del tráfico atropeshado…¡Esa
mirada vale doscientos créditos! Bien…Pero lo que más puntúa sin duda son sus rodishas.
--- ¿Mis
rodillas?
--- Sí.
Sus rodishas, señora. Se ve a la
legua que las tiene bien averiadas. Y hay que estar muy convencido de querer empadronar
el alma en Benarés con tantísimos
jodidos escalones como hay aquí y lo que nos duelen las rodishas al subirlos a
los reumáticos…
--- ¿Pero
usted ve? ¿No era usted ciego, señor Borges?
---Ja,
ja, ja, ja… ¿Ciego yo?