Los acantilados de Mikel Laboa. |
A veces, un breve poema me salva de la enredadera en la que
se me convierte la trama de una novela compleja, pisar el suelo frío me alivia
de unos calcetines demasiado confortables, una nuez me inocula la dosis justa
de dulzor cuando me pierdo en un picoteo excesivamente sazonado. Acto seguido puede
que empiece a comer nueces como una loca y entonces necesito con urgencia una
aceituna aliñada con ganas y que se me salten las lágrimas con el bendito estupor
que me produce. Así funciono: a base de antídotos que me curen de esos venenos
que tanto me gustan.
En la música quizás es donde más los necesito: a mis maravillosos
contravenenos hechos de veneno puro.
Después de unos días de extraviarme en demasía en un aria de ópera o después de empacharme con más duendes flamencos de los que soy capaz de digerir, necesito un antídoto potente que frene mi absurda locura aunque acabe a la larga metiéndome en otra.
Por ejemplo, la mesura de Mikel Laboa me sitúa en un terreno tan umbrío y poético que el fulgor abrasivo anterior queda neutralizado con éxito. Me meto ahí, en su voz, en sus bosques, en el hermosísimo golpeteo rítmico de las txalapartas, y toda yo acabo siendo de madera de haya, de espuma del Cantábrico, de restos de naufragios. Entonces puedo bloquearme y necesito contrarrestarlo con la bulería más salvaje que encuentre. Y vuelta a empezar.
Después de unos días de extraviarme en demasía en un aria de ópera o después de empacharme con más duendes flamencos de los que soy capaz de digerir, necesito un antídoto potente que frene mi absurda locura aunque acabe a la larga metiéndome en otra.
Por ejemplo, la mesura de Mikel Laboa me sitúa en un terreno tan umbrío y poético que el fulgor abrasivo anterior queda neutralizado con éxito. Me meto ahí, en su voz, en sus bosques, en el hermosísimo golpeteo rítmico de las txalapartas, y toda yo acabo siendo de madera de haya, de espuma del Cantábrico, de restos de naufragios. Entonces puedo bloquearme y necesito contrarrestarlo con la bulería más salvaje que encuentre. Y vuelta a empezar.
El poema de Joseba Sarrionandía que aquí canta Laboa te
sitúa al borde de un hermoso acantilado. Un acantilado hermoso pero escarpado,
con tantas aristas y socavones tan profundos que dan vértigo. Sobre todo teniendo en
cuenta que el magnífico poeta vive en paradero desconocido después de huir
hace ya muchos años de la cárcel de Martutene donde cumplía condena por su
pertenencia a ETA.
La vida es compleja, sin duda, y por eso yo necesito mis antídotos, como otros necesitan medicinas o misas o una orgía de vez en cuando.
La vida es compleja, sin duda, y por eso yo necesito mis antídotos, como otros necesitan medicinas o misas o una orgía de vez en cuando.
Gure oroitzapenak (Como los maderos...)
Como los maderos
sueltos de las galeras/ nuestros recuerdos no se deshacen en el fondo del mar/
Y tampoco buscan ningún puerto./ Como los maderos sueltos de las galeras/
nuestros recuerdos se balancean sobre el agua/ A merced de las olas
indestructibles y sin destino.
Gracias a Dios que existen esos antídotos. El alma canina se enriquece con las polaridades de un voluble capricho que alimenta el conocimiento. Así que vamos de un lado a otro y de arriba abajo, pero con cuidado, que este hambre heterogénea nos puede nublar el criterio...
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