Lirios salvajes en el camino de Jerez a Alcalá |
Quizás porque
vinieron los hijos muy seguidos y ya mismo los nietos, o tal vez por Culpa (sí,
por Culpa) de un marido posesivo y celoso, María dejó de cantar para los otros muy
joven. Nunca dejó de cantar para ella misma, eso seguro. De entonar suavito nanas
gitanas a sus afortunados niños, o de canturrear una bulería junto al fuego del gas mientras preparaba el
potaje, o una soleá cuando tendía la ropa al sol bronceado de Jerez: su buen
compás y su voz magnífica y afinada lo avalan.
Dicen las versos de Eliot que Abril engendra lilas de la
tierra muerta, mezcla memoria y deseo, mezcla insensibles raíces con lluvias primaverales;
pero ha sido marzo el que con su luz dorada y sus primeros vencejos, caminito
de Alcalá, ha hecho un ramo con lirios silvestres y tréboles y ha tomado de la
mano a María para llevarla junto a Morao y tantos otros, a llorar al cielo
entre cante y cante las mejores lágrimas que se puedan llorar.
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