El chucho del cuento mirando el pollo. Foto de S.M. |
Y ahí continúa, en la misma postura en la que lo dejamos hace más de cuatro horas. Nuestro amigo es un perro color canela que ignora lo que es el dolor de cervicales. Aunque lo mismo sí que le duelen, pero su hambre y su constancia son tan grandes que el dolor pasa a un segundo o tercer lugar.
Lo que el perro canela y un par de colegas
suyos miran con tal atención que ni una bomba que cayera junto a ellos los
distraería, son unas ristras de especiados muslos de pollo colgadas de unos ganchos. La calle de la pollería tiene una
contaminación que asusta: miles de coches vomitando negrísimo CO2, millares de motocarros y motos “diablo” cruzándose de carril, los oscuros humos de las
freidurías, los generadores de algunos comercios, todo ello la barnizan de espeso polvo en suspensión, de gasoil caducado,
plomo en abundancia y seguro que otros metales aún más pesados.
Pero a nuestro amigo todo eso
le parecen minucias. Ya ha vivido más veces y sabe que para él, ya está a punto
de detenerse la rueda del samsara, el ciclo de las
reencarnaciones. Además, aunque lo parezca, eso que él siente hacia el pollo no
es exactamente pasión, de la que está liberado, sino necesidad. Con tintes de
devoción, eso sí.
La receta de lo que llamaré “Pollo a la polución” es bien
sencilla. Tomad nota:
1- Se enganchan muslo y su contramuslo de un gancho. Cuantos más, mejor. Se especian abundantemente.
2- El gancho se cuelga de una barra en un
comercio de una calle muy contaminada, a la espera de que la tupida polución
haga el resto.
3- Unas horas después, muslo y contramuslo se desenganchan y ya están listos. Tostados
y crujientes, aptos para los más refinados paladares humanos y caninos.
Los chuchos del cuento mirando el pollo. Foto de S. M. |
Otro texto sobre el mismo perro en el blog "Las ojeras del lobo"
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ResponderEliminarlink del blog mencionado