domingo, 23 de marzo de 2014

RAYUELA Y OTROS JUEGOS

Julio jugando con nuestro gato.
Dejé escapar una voluta larga de humo de mi cigarro y me distraje contemplando su viaje rizado y sin destino. No hizo mal la cabriola para ser un humilde ducados, aun teniendo en cuenta (pensé) que el humo de un gaulois habría dado más juego, un serpenteo más elegante a ese frágil caracol con transparencias de antiguo encaje ya pasado.

Pero yo no era parisina sino del sur de la provincia de Cádiz, y eso por fuerza (pensé) tenía que restar carácter al hecho de expeler humo por la boca de un modo sofisticado aunque en mi viejo tocadiscos sonara una melodía de Coleman Hawkins. Y más teniendo en cuenta que apenas si fumaba, que sin remedio me entraba la tos y que encima detestaba el picor acre que el tabaco rascaba en el cielo de mi boca.

Pero yo quería ser La Maga, yo quería cruzar corriendo el Pont Neuf una tarde de lluvia para encontrarme con Horacio en esa umbría habitación del barrio de Montparnasse y escuchar nuestra música y sus palabras enredada en las sábanas, tras haber compartido un gaulois.

Yo soñaba que Horacio tenía la voz de Cortázar, esa voz dulce y monótona, su acento bonaerense, sus erres arrastradas y suaves, hermoseadas a medias por un defecto de dicción y por residuos del francés que ya siempre hablaba. Melodía y melodrama: aún era muy joven y pensaba así.

Yo, como tú, era una chica que leía Rayuela, que guardaba en mi mano la piedra y la tiza, que esperaba disciplinada que la piedra cayera en la casilla adecuada, que no le soplaba para darle buena suerte. Que saltaba a la pata coja entre el cielo y la tierra sin saberlo: jugaba desde niña a la rayuela, uno de los juegos más antiguos del mundo, uno de los más sencillos y puede que por eso, uno de los más complicados.


Era una chica que me debatía en la idea de ser una fama cuando debería ser una cronopia, que quería ser la Maga aunque no acabara de creer en su magia, que amaba los gatos, que soñaba con los ochenta mundos de Cortázar. 

Y que a la larga, ahora, tantos años después, sospecha que a lo más que ha llegado en algún momento afortunado es a ser una pizca chiripitifláutica.






1 comentario:

  1. Discrepo absolutamente MagaMaría, tu siempre has sido una cronopia como la copa de una palmera, aquella desde la que un cronopio, quizá tú, enseñó a un desesperado lo bien que se veía el cielo desde allí.

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