domingo, 16 de febrero de 2014

ELLAS BAILAN SOLAS


Es cierto que por todos lados y cada vez más, ellas bailan solas.

Yo bailo sola; literal. Ahí también sigo mi camino y reconozco que mi baile no deja de tener un punto mamarracho en su libertad, pero así son las cosas.

El baile, el del folclor más añejo y con más polleras superpuestas, el que ensayan en rueda los niños de la guardería, el más psicodélico o transgresor, todo bailoteo es liberador y saludable. El que el chamán ejecuta en la choza tras ingerir peyote, el que en círculo tejen alrededor de un fuego en Guatemala, el que celebra en Camerún el rito de iniciación al mundo adulto, el giro ceremonial y obsesivo del derviche.

 El que se intenta en el invierno de Benidorm también. Hasta ese.

Se ha bailado siempre, desde que el mundo es mundo; tenemos datos de bailes rituales en el antiguo Egipto o en el elegante Japón del siglo XV, lo hacen aún en muchos puntos de África imitando el ataque feroz del león y bastantes animales para cortejar a su pareja. Puede que danzaran los neandertales aunque no tengamos constancia de ello. La danza es un sólido pilar en cualquier cultura y etcétera. Puede ser austera o excesiva, sensual o salvaje, a ras de tierra o buscando el cielo. Celebra la vendimia, el trance del médium, la salida o la puesta del sol, la posesión divina en el  vudú, la locura de la fiesta.

Pero me estoy desviando del tema porque yo quería hablar de ellas. Las mujeres que bailan solas. Ni siquiera de las que bailaron solas pero para solaz de los hombres o de alguna deidad masculina.  No de las danzarinas egipcias del vientre ni siquiera de las "puellae gaditae" de las que ya nos habla Estrabón, esas bailarinas codiciadas por todo el Mediterráneo que llegaron de la "disoluta Gades" para hacer babear a los romanos con sus "temblorosos movimientos de caderas".

Ahora pienso en todas aquellas que bailan solas porque quieren, las mujeres que zapatean arrastradas por la rebeldía, a oscuras o a plena luz, contra la propia miseria o por puro gusto; esas que descalzas, con zapatillas de deporte o zapato de tacón rojo se mueven en este mismo momento en cualquier rincón del mundo marcando el paso a su libertad con lo más personal que poseen: su cuerpo. Sin intermediarios.









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